Museo Nacional de Artes Visuales

El trasiego artístico de Bruno Widmann, desde la afirmación teórica de la Academia, se supera con su explosión matérica de particulares características.
Los cromatismos del color negro en sus múltiples variadades, se interrumpen, se dejan interrumpir con otras escalas cromáticas y situaciones presumidas de historicistas. Conviven con un teatro del absurdo y sus circunstancias.
Como si fuera poco, Widmann jamás evita sus atracciones contemporáneas, pletóricas ellas de humor e ironía.
Así circulan composiciones donde el artista supo optar por la pintura acrílica en un peculiar desfile en el que se van sucediendo sus más notorias obsesiones. Desfile, por así llamarlo, que parece iniciarse contemporáneo a los comienzos mismos del artista.
Widmann se encuentra así con signos que refieren a su infancia montevideana, tanto como tímidas alusiones a los grandes maestros del arte nacional. Ello sin esquivar las referencias al gran arte occidental, dígase los hijos del Renacimiento.
En tamaños diversos, desde pequeñas a generosas dimensiones, siempre subyace una traza sutil que identifica a nuestro autor con su obra.
Hijo del gran fenómeno de la inmigración al Uruguay, Widmann integra en su corpus ciertos elementos que generaron algunas de las peculiaridades del país.
Pero, y fundamentalmente, el artista logra plasmar un mundo autónomo y casi intransferible, al punto de parecerse sólo a sí mismo.
Para el MNAV es, en síntesis, el reconocimiento a este artista nacional de proyección largamente trascendente de la región.

María Eugenia Grau y Fernando Loustaunau.


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