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En las décadas finales del siglo XIX, Sonia Terk nacía en el seno de una familia judía ucraniana, que a los cinco años la entregó en adopción a unos tíos, algo que será fundamental en su trayectoria artística, ya que gracias a eso pudo viajar a San Petersburgo y seguir estudios de arte que luego ampliaría en Alemania, antes de instalarse definitivamente en París, ciudad que por aquellos inicios del siglo XX, y hasta la Segunda Guerra Mundial, era la auténtica capital mundial del arte.
Sonia Delaunay desarrollará una carrera también vinculada a la moda, lo que hace que se ponga un mayor énfasis en esa faceta que en la de pintora, olvidando que fue la primera mujer que vio en vida su obra colgada en el Louvre.
En la capital francesa empieza una carrera artística que tendrá su primer horizonte en una mezcla entre las formas cubistas y la aplicación del color de los postimpresionistas como Gauguin o van Gogh, sin olvidarse de los fauvistas, y sus toques "salvajes" de color. De ahí, la utilización del color para plasmar sentimientos, para crear formas que entran en el terreno de la abstracción, y en las que el dibujo queda relegado a la conjunción de unas tonalidades vivas, alegres, optimistas.
Junto a su marido, será una de las impulsoras del Orfismo, un movimiento que surgió a raíz de una exposición que hizo el grupo cubista La Sección Áurea en 1912, y que el poeta Apollinaire bautizó de esa manera tomando como punto de referencia la figura de Orfeo. En esencia, fue un movimiento caracterizado por el alejamiento de la realidad física, para entrar en el terreno de la representación abstracta por medio de formas y colores, y utilizarlos como vehículos para transmitir emociones.
Antes de que la denominación de Orfismo alcanzara el éxito, a esa forma nueva de hacer los Delaunay la llamaron Simultaneismo, y parece que la inventora fue Sonia, quien tuvo la inspiración mientras estaba haciendo una colcha para la cuna de su hijo con retales de distintos colores, a la manera tradicional rusa. La combinación de formas y colores hizo que le saltara la chispa de la inspiración y pusiera la primera piedra de un camino que luego recorrería junto con su marido.
La Primera Guerra Mundial, coge al matrimonio Delaunay en España, y aquí abrirá una tienda en Madrid, para vender la ropa diseñada por ella misma y que tuvo un gran éxito entre las élites aristocráticas de la capital. En esas telas siguió con su tónica colorista, que también debe mucho a su tierra rusa, y que fueron una auténtica revolución en el mundo de la moda del momento. También realizó vestuarios para la compañía de ballet rusa de Diaghilev.
En los años 30, volverá a implicarse con la pintura, con las características formas geométricas, en las que el círculo tendrá una especial importancia, y siempre colores de una viveza extraordinaria, estilo que se irá volviendo más sencillo y delicado con los años, algo que se ve muy bien en sus gouaches. Después de la muerte de su marido, se dedicará a difundir la obra de áquel, para ver su obra reconocida con la exposición que se le hizo en el Louvre en 1964, y en 1979 se hace la primera retrospectiva del matrimonio, en el mismo año de su muerte.