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Desplegable de exposición realizada en el Museo Nacional de Artes Visuales. Impreso en Montevideo, 2009.
18 de Set, 2009 –
El gaucho, legendario jinete de las praderas, figura histórica emblemática que "creó la patria a caballo", dejó de existir a fines del siglo XIX al ser cercenada su libertad de desplazamiento por el progresivo alambramiento de los campos. Sin embargo, de una manera romántica, me gusta imaginar que en el Uruguay su eclipse comenzó por esa misma época y concluyó un aciago día de 1935, cuando una numerosa partida de jinetes al mando del caudillo blanco Basilio Muñoz, alzado contra el gobierno del dictador Terra, fue atacada desde el aire en los montes del rio Negro por los biplanos del gobierno, entre cuyos pilotos se hallaba uno que llegaría a ser, durante un breve lapso, presidente de la República en otro período trágico de nuestra historia.
Ya no habría más lugar para las revueltas a caballo.
El nombre de "gauchos", palabra que según algunos provendría del guaraní "hauchó", referido a feroces guerreros nómades de la Banda Oriental, pasó a denominar a partir de las últimas décadas del siglo XIX al trabajador rural, que ocupó su lugar. Los gauchos errabundos, pendencieros y poco amantes del trabajo, fueron desplazados por hombres trabajadores y asentados, que continuaron vistiendo las mismas ropas y perpetuaron algunas de sus virtudes, tales como la excelencia ecuestre y el coraje personal.
A mediados de los años 70, inspirado por una frase atribuida al escultor José Luis Zorrilla de San Martín, "Mi mundo es un jinete que se pierde en la distancia", inicié un ensayo fotográfico sobre el hombre de campo en una de sus variantes, el tropero. Quería documentar la existencia de esos personajes antes de que el progreso los hiciese desaparecer también a ellos.
Aunque hombre de ciudad, los había conocido durante los primeros 14 veranos de mi vida pasados en casa de mi abuelo, que era médico en Sarandí del Yí. Puedo recordar el pesado silencio a la hora de la siesta, interrumpido por el tenue sonido de los cascos del caballo de algún jinete sobre el balastro de la calle.
Para ese proyecto mis referencias visuales fueron fundamentalmente las obras de algunos pintores, que conocía principalmente a través de reproducciones. Comencé a recorrer el interior del país, yendo a los lugares más adecuados para encontrar troperos y tropeadas, las ferias ganaderas, muchas de ellas realizadas en locales remotos.
A lo largo del tiempo y mientras continuaba mi búsqueda, fui viendo cambiar muchas cosas relacionadas con esos personajes: ropas, costumbres, las mismas tropeadas, reemplazadas por el transporte del los animales en camiones. Más tarde aparecieron las computadoras, los teléfonos celulares... El tropero tal como lo conocí hace años también es un jinete que se pierde en la distancia.
La selección de fotografías que forman parte de esta exposición pretende ser un homenaje a los pintores, algunas de cuyas obras seleccioné especialmente, que me precedieron y motivaron para seguir durante años a esos solitarios jinetes que recorrían infatigables caminos polvorientos, lo mismo bajo cielos radiantes que tempestuosos. A esos troperos también está dedicada esta muestra.
Panta Astiazarán