Alejandro Casares
Rostros del arte
Panta Astiazarán
Retrato de Alejandro Casares - 1986
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Con Alejandro Casares nos veíamos con frecuencia a inicios de los 80, cuando yo trabajaba en el mar por períodos de seis o siete semanas y regresaba al Uruguay a descansar por un lapso similar. Entonces, sin horarios que respetar, podía dedicarme enteramente a la fotografía.
Alejandro era un tanto particular; a veces pasaba a visitarme las dos o tres de la mañana y charlabamos durante horas. Yo, bromeando, le decía que era "el último de los bohemios". Él, por su parte, tenía un sentido del humor muy particular. Un día nos encontramos por acaso en la Ciudad Vieja y me invitó a que lo acompañara a visitar a unos amigos suyos que tenían una casa de remates en la vuelta y estaban comiendo un asado. Ya instalados, de pronto, sentado delante de una pileta arrumbada, vieja y sucia, me desafió: "sacame una foto frente a esta pileta mugrienta que simboliza la sociedad inmunda en la que vivimos".
Creo que esta imagen burlona lo pinta un poco como era, con una apariencia formal por fuera -por entonces trabajaba en una agencia de publicidad- y por dentro un iconoclasta vocacional. Con el tiempo, por diversas razones, fuimos dejando de vernos hasta que finalmente le perdí el rastro, como a tantos buenos amigos que recuerdo con afecto.