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Petrona Viera busca desde la década de los años treinta estímulos en el exterior agreste y el resultado es magistral. La temprana tradición planista, constructora de un registro iconográfico funcional a la imagen de una campaña "domesticada", no parecía alentar a la artista. Sin embargo en sus clásicos "Recreos" el paisaje enjardinado de la quinta familiar emergía con fuerza atractiva y poder simbólico, aunque configuraba un marco de escenas infantiles y juveniles. Esta temática cobra un vigor autónomo al tiempo que expande sus fronteras vitales, la aleja del taller y de los espacios familiares. Petrona registró lugares tan agrestes y solitarios como Costa Azul en Rocha, seguramente acompañada de su hermana Lucha. Se suman paisajes de Atlántida, Punta del Este, Malvín, Barra de Santa Lucía. Paisajes de gran síntesis configurados a través de bandas de color y pinceladas densas. Realizados en mediano y pequeño formato que representan calma y desmesura de la naturaleza. El crítico Luis Eduardo Pombo se refiere al paisaje en la obra de la artista: Alcanza a sugerir sin deformar jamás (...) pasión concentrada, medida, razonada, dirigida por quien es grave, es simple, es austera, para aprisionar el aire, el espacio, la naturaleza cambiante" La figura humana se inserta en el paisaje en especial en las series xilográficas de los años cuarenta, donde el cuerpo femenino se suscribe al entorno, no son personajes recortados en el paisaje, sino elementos integrales del espacio natural adquiriendo una dimensión telúrica.