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El planismo como modalidad pictórica en Uruguay se extendió desde principios de los años veinte del siglo pasado sobre la base de una sensibilidad común, dentro del marco de una especial vinculación con la idea de un país moderno en consonancia con nuevas estéticas. Los artistas que lo integraron tuvieron una propensión a representar el paisaje local donde pintores y escritores compartían una mirada común hacia lo nativo redescubierto y la captación de la luz local. Compartieron una generación nacida en el entorno de la década de los ochenta y noventa del siglo XIX. Nucleados en el Círculo de Bellas Artes, se habían beneficiado con la nueva Ley de Becas promovida por el Estado, por lo que en su mayoría habían conectado en Europa con el ambiente de vanguardias, especialmente referidas a las preferencias cromáticas del posimpresionismo y a nuevos sistemas compositivos. Entre los primeros en trasladar estas renovaciones en lo local figuran José Cuneo y Humberto Causa. Sin embargo son varios los que adoptan esta modalidad: Melchor Méndez Magariños, Domingo Bazzurro, Carmelo de Arzadun, Carlos de Santiago, Alberto Dura, Andrés Etchabarne Vidart, Guillermo Rodríguez, César Pesce Castro, Guillermo Laborde, Dolcey Schenone Puig y Petrona Viera, entre otros. A través de la enseñanza en el Círculo de Bellas Artes con la docencia de Bazzurro y Laborde logra extenderse a toda una generación de jóvenes pintores. Surgen así procedimientos organizativos formales en conjunción cromática; definición de contornos geometrizados a través de planos de color y luz, los que generaban un esquema visual simplificado. Las temáticas abordadas se caracterizaron por mantener un marcado optimismo, evitando asuntos trágicos o depresivos, por lo que en esta dirección los años veinte uruguayos suelen ser recordados en sus representaciones como una década feliz.